Las cosas de la vida Claude Sautet
Tres palabras:
“Je t´aime”
Las cosas de la vida Claude Sautet
Miguel Laviña Guallart | 24 mayo, 2022
Título tan sencillo como significativo, Las cosas de la vida -Les choses de la vie, 1970-permanece como una de las obras que contiene en su esencia algunas de rasgos identificativos del cine francés de los años setenta. Una película que se convirtió al inicio de aquella década, de forma algo inesperada, en un éxito arrollador, y que generaría una notable influencia en el cine francés a lo largo de los años siguientes. Un título referente tanto por su original estructura narrativa, como por su mirada identificable, honesta, inevitablemente contradictoria, hacia las quiebras de un triángulo amoroso. El director Claude Sautet da forma a un relato en torno a las distintas percepciones del amor, preguntándose sobre los sentimientos, ineludibles y confusos como la propia vida, de sus tres personajes principales, interpretados por Romy Schneider y Michel Piccoli, junto a la actriz italiana Lea Massari.
El proyecto de Las cosas de la vida significó un primer y decisivo encuentro en varios sentidos. Supuso la primera colaboración de Claude Sautet con el escritor Jean-Loup Dabadie, autor del guion basado en la novela homónima de Paul Guimard. El film se convirtió también en el primer trabajo para el cine del prolífico compositor Philippe Sarde, con quien Sautet contaría a lo largo del resto de su filmografía -hasta en once de sus largometrajes-, convirtiéndose en un elemento distintivo de su estilo. Sarde compuso para Las cosas de la vida una hermosa y nostálgica partitura, convertida en un clásico del cine francés. El tema central La chanson d’Hélène alcanzó una enorme popularidad -incluso Romy Schneider y Michel Piccoli llegaron a grabar una versión acústica-, y contribuyó en buena medida al notable éxito de la película. Y en especial, Las cosas de la vida significó el encuentro de Romy Schneider con Claude Sautet, un director de especial relevancia en su trayectoria, con el que estableció una estrecha complicidad, y que supo explorar sus distintos registros como actriz. Las cosas de la vida dio paso a una etapa de plenitud interpretativa de Romy Schneider en Francia, con títulos como El tren (1973), Lo importante es amar (1975) o La muerte en directo (1980).
Las cosas de la vida contiene algunas de claves identificativas del cine francés de los años setenta. El cineasta Claude Sautet dirige una mirada honesta, inevitablemente contradictoria, hacia las quiebras de un triángulo amoroso
Claude Sautet había realizado tres discretas películas de género y llevaba varios años alejado del cine, en el momento que Jean-Loup Dabadie le ofreció el guion de Las cosas de la vida. El proyecto había sido rechazado por varios productores, que no creían en las posibilidades cinematográficas de la novela. Sautet encontraría las claves de identidad como cineasta dando forma a Las cosas de la vida. Un estilo que desarrollaría durante el resto de su trayectoria, convirtiéndose en un inteligente observador de los sentimientos, con una especial atención a los detalles y las contradicciones de lo cotidiano. A través de sus películas puede recorrerse la evolución de la sociedad francesa durante más de dos décadas. Una selecta y cuidada filmografía, que finalizaría a principios de los años noventa con las excelentes Un corazón en invierno (1992) y Nelly y el Sr. Arnaud (1995).
Unos títulos de crédito que se suceden sobre el viaje en carretera de su protagonista Pierre -Michel Piccoli- abren Las cosas de la vida. Unas imágenes significativas, en sentido inverso, que parten del elemento desencadenante del relato, un accidente de tráfico. Pierre es un arquitecto que mantiene una relación sentimental con una traductora, Hélène -Romy Schneider-, al tiempo que una vinculación todavía estrecha y cordial con su esposa Catherine -Lea Massari-. Una propuesta laboral para establecerse durante tres años en Túnez junto a Hélène le coloca en la situación de tomar una decisión definitiva. Empezar una nueva vida al lado de Hélène o continuar con una cómoda rutina -El trabajo que comparte con su esposa, la casa familiar en Bretaña o la relación con su hijo, un joven con el que se esfuerza de forma sincera, algo insegura, en seguir manteniendo unos puntos de unión-. Al filo de esta disyuntiva, el accidente de tráfico es el punto de partida e hilo conductor de una narración fragmenta, en el que distintas escenas recorren las últimas semanas de Pierre, sus relaciones con Hélène y Catherine, y el proceso de dudas en el que se encuentra inmerso.
Uno de los aspectos de mayor interés de Las cosas de la vida es la forma en que Claude Sautet convierte la clásica situación del triángulo amoroso -repetida hasta el infinito en la literatura y el cine-, en una sucesión de sensaciones, esas percepciones confusas, huidizas, que se escapan entre los recuerdos y la dispersión de los pensamientos. Con esta materia tan difícil de aprehender, se aleja de cualquier certeza, dejándose llevar por las imágenes, reales o imaginarias, que surgen del estado de inconsciencia de Pierre en las horas posteriores a su accidente. Una narración que no sigue un orden concreto, y que más que adaptarse a una estructura en forma de flashbacks, podría entenderse como “impresionista”. Sautet une estos desordenados fragmentos de vida a través de las excelentes imágenes filmadas para el accidente, repetidas desde distintos ángulos y velocidades. Director detallista al extremo y de férrea determinación – exigente tanto con los intérpretes como en los aspectos técnicos de sus películas- invirtió en el rodaje de esta secuencia, fundamental para la película, unas tres semanas y hasta doce cámaras, un material que exigió una minuciosa labor de montaje.
Si algo destaca en Las cosas de la vida, por encima de otros elementos de indudable interés, es la luminosa, radiante presencia de Romy Schneider. La película significó el encuentro de la actriz con Claude Sautet, con el que estableció una especial complicidad, y dio paso a una etapa de plenitud interpretativa en Francia
Al hilo de la melodiosa voz de Michel Piccoli en su fragmentado monólogo y de los excelentes diálogos, Claude Sautet consigue un objetivo tan difícil como es reflejar con sencillez las “cosas de la vida”. Si algo destaca en la película, por encima de otros elementos de indudable interés, es la luminosa, radiante presencia de Romy Schneider. El director la eligió para el personaje de Hélène tras ver unos fragmentos del rodaje de La piscina (1969) -la película dirigida por Jacques Deray y protagonizada junto a Alain Delon, todavía no se había estrenado-. Estos dos largometrajes sirvieron para que la actriz dejase atrás definitivamente su edulcorado pasado, e impusiese una imagen en la pantalla que iría desarrollando a lo largo de la década. Una presencia que progresivamente se tornaría más intensa y desnuda emocionalmente, a medida que las grietas de su vida personal se reflejaban en su rostro y sus interpretaciones. Sautet le hizo el regalo muy especial en forma de película con motivo de su cuarenta cumpleaños, Una vida de mujer (1978), y ambos acordaron rodar un nuevo film cinco años más tarde. Una promesa que no pudo llegar a cumplirse, debido al prematuro fallecimiento de la actriz en 1982.
Claude Sautet se esfuerza en Las cosas de la vida en alejarse de cualquier certeza o exceso, evita imponer un discurso determinado, aplicando a la narración una visión relativa, similar a la que muestran los tres personajes principales ante su situación. Los sentimientos son variables e incluso contradictorios, deambulan como los propios pensamientos. Las dudas que inevitablemente generan quedan plasmadas en tres palabras paralelas que Pierre escribe a Hélène en un pequeño espacio de tiempo: “Je t´aime” y “Je te quitte” -Te quiero… Te dejo-. Esta visión de Sautet de los personajes -y que sería una constante en sus siguientes largometrajes- fue un elemento clave para que el público de la época se sintiese identificado con la película. Unas sensaciones que Las cosas de la vida sigue generando, y que junto a la presencia de sus tres intérpretes principales, sobre el melancólico fondo de la música de Philippe Sarde, representan el particular encanto que recorre el cine francés.
LAS COSAS DE LA VIDA (1970) -EN IMÁGENES
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