Happy End Michael Haneke
La mirada herida
Happy End Michael Haneke
Miguel Laviña Guallart | 1 mayo, 2021
La última película del director austriaco Michael Haneke Happy End (Happy End) fue presentada en la Sección Oficial del Festival de Cannes de 2017, donde tuvo un recibimiento desigual entre la crítica. La actividad a la que se ven sometidos los asistentes a los festivales de la magnitud de Cannes implica en ocasiones juicios precipitados, y cada vez con mayor frecuencia las películas se despachan a golpe de Twitter. Tal vez porque Happy End contiene algunos de los temas analizados por el director en sus anteriores filmes, por contar de nuevo con Jean-Louis Trintignant tras Amor (2012), o incluso por el propio título, se extendió la idea de que se trataba de una obra testamentaria, una especie de síntesis, e incluso imitación, de sus anteriores largometrajes. Un titular, una definición rápida para pasar a la siguiente película, cuando lo que parece reclamar Haneke en Happy End es tiempo, un espacio y una distancia suficiente para la reflexión, para absorber los meandros por los que circula esta nueva disección a la burguesía francesa.
Haneke dirige en esta ocasión su implacable mirada hacia los integrantes de la familia Laurent, perteneciente a la alta burguesía industrial del norte de Francia. En un principio parece desconcertar con unas distintas líneas argumentales en su retrato de los integrantes de esta familia en aparente descomposición, evitando el impacto de ciertos momentos perturbadores, presentes en otras de sus películas, pero con resultados no por ello menos demoledores. Experto en la construcción de atmósferas desasosegantes, muestra con su habitual frialdad y distancia a unos personajes incapaces de comunicarse y con una extraña pulsión por el suicidio. Y los sitúa en Calais, una ciudad en torno a la que se extienden los campamentos de los refugiados que intentan llegar el Reino Unido, una realidad que se erige en un potente fuera de campo, puntualmente vislumbrado, pero que siempre parece estar presente. Las pequeñas miserias en las que se hallan inmersos los Laurent parecen evidenciar la dimensión de la tragedia que se vive al otro lado del muro que aísla estos campamentos.
Haneke, experto en la construcción de atmósferas desasosegantes, dirige esta vez su implacable mirada hacia los integrantes de una familia de la alta burguesía industrial del norte de Francia
El propio Haneke declaró en Cannes que el origen de Happy End fue el deseo de Jean-Louis Trintignant de ponerse de nuevo ante las cámaras bajo su dirección, y fue lo que le empujó a escribir el guion. Haneke elabora una digna función de despedida para el veterano actor, y reserva los últimos fotogramas del film para uno de los rostros emblemáticos del cine europeo. Presencia en películas fundamentales, Trintignant ha colaborado con cineastas como Rohmer en Mi noche con Maud (1969),Lelouch en Un hombre y una mujer (1966) o Bertolucci en El conformista (1970). Actor de mirada herida, tanto en la pantalla como en la vida –él mismo ha declarado que se siente muerto desde que su hija Marie Trintignant fuese asesinada hace quince años-, realiza un conmovedor esfuerzo, en una interpretación que lo vincula a su personaje de Amor. Da vida a Georges Laurent, patriarca de esta familia, embarcado en un viaje hacia el olvido y que desea morir, o al menos, encontrar a alguien que le ayude en ese tránsito.
Happy End parece adquirir su verdadero sentido en la relación que surge entre Georges y su nieta Eve -Fantine Harduin-. Este vínculo, recorrido por pulsiones trágicas pero también afectivas, se convierte en el verdadero eje del film, sobre el que confluyen las distintas líneas argumentales y en torno al que el resto de los intérpretes cumplen su cometido de manera impecable. Trintignat y Fantine Harduin son los únicos que tienen verdaderos primeros planos, y los únicos también sobre los que Haneke abandona su luz quirúrgica para arrojar algo de calidez.
Los aires de decadencia de los Laurent recuerdan lejanamente a la familia de industriales retratada por Luchino Visconti en La caída de los dioses (1969). Guardan ciertas similitudes, en especial el personaje de Anne -Isabelle Huppert- y la ambigua relación con su hijo Pierre -Franz Rogowski-. Este último remite al papel interpretado por Helmut Berger en el film de Visconti, con una similar debilidad de carácter y la duda respecto a que pueda heredar el imperio familiar –si Berger imitaba a Marlene Dietrich, aquí Rogowski se marca un delirante baile en un local nocturno-. El destino de la grotesca familia de La caída de los dioses quedaba ligado al nazismo, mientras que los Laurent se entregarán a una amenaza actual como es la globalización financiera. En cierto momento, no es fortuita la imagen de dos de los personajes de Happy End ante un cartel médico que alerta sobre la transmisión de los virus. La propia familia parece inocular uno de estos virus, que se extiende silenciosamente y que puede acabar por destruirlos. Tal vez sea éste el siniestro significado del “happy end” que propone Haneke.
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