Françoise Dorléac
El truncado dulce porvenir
La actriz francesa, hermana de Catherine Deneuve, falleció a los 25 años en un trágico accidente de tráfico
Françoise Dorléac
Miguel Laviña Guallart | 30 junio, 2021
Con tan sólo 25 años tuvo el tiempo suficiente para trabajar con cineastas del prestigio de François Truffaut o Roman Polanski, y dejar películas como La piel suave (1964), Cul-de-sac (1966) y Las señoritas de Rochefort (1967). Françoise Dorléac imprimió en la pantalla una belleza tal vez alejada de los rasgos clásicos de su hermana Catherine Deneuve, pero algo menos fría y distante, más expresiva y sensual, un estilo que representó los incipientes años sesenta. Quienes la conocieron la recuerdan tanto por su talento, determinación y férreo carácter, como por su contagiosa risa y ansias de vivir. El 26 de junio de 1967 falleció en un accidente de tráfico cuando se dirigía al aeropuerto de Niza, una tragedia que truncó una carrera que estaba alcanzando una notable proyección internacional. Un rostro que nunca llegó a envejecer en la pantalla, y que forma parte de la galería de inmortales del celuloide tempranamente desaparecidos.
Predestinada desde muy joven a convertirse en actriz, Françoise Dorléac nace en París el 21 de marzo de 1942 en el seno de una familia de tradición artística. Segunda de cuatro hermanas, sus padres Maurice Dorléac y Renée Deneuve, ambos intérpretes de teatro, le permiten intervenir sobre los escenarios desde los diez años. Una juventud rebelde y un accidentado paso por el liceo, la conducen finalmente a estudiar en el Conservatorio de Arte Dramático de París de 1957 a 1961, logrando en 1960 su primer papel de importancia interpretando a la Gigi de Colette en el Teatro Antoine. Al mismo tiempo, debuta en 1959 en el cine con Les loups dans la bergerie de Hervé Bromberger, y su imagen comienza a ser conocida como modelo de Christian Dior. Durante este periodo interviene en largometrajes como Todo el oro del mundo (1960) de René Clair y Arsenio Lupin contra Arsenio Lupin (1962) de Eduard Molinaro, junto a Jean Pierre Cassel, actor al que había conocido en Saint-Tropez en 1960, y con el que mantiene una relación sentimental que se prolonga unos dos años. En uno de estos primeros trabajos, Les portes claquent (1960) de Michel Fermaud, anima a su hermana Catherine, tan sólo 18 meses menor que ella, a vencer sus reticencias y aparecer por primera vez en la pantalla.
1964 es un año decisivo que cambia el signo de su carrera. Accede a un primer plano gracias al inmenso éxito de El hombre de Río, brillante film de aventuras dirigido por el especialista del género Philippe de Broca, junto a Jean Paul Belmondo. Su belleza y carácter extrovertido encajan con el estilo de esta película que también marcará la trayectoria posterior de Belmondo, mediante una serie de populares largometrajes que seguirán su estela de aventuras y comedia, como Las tribulaciones de un chino en china (1965) o Cómo destruir al más famoso agente secreto del mundo (1973). El segundo encuentro fundamental de aquel año tiene lugar a la vuelta del rodaje en Brasil de El hombre de Río: la espera François Truffaut para dar vida a su Nicole de La piel suave.
Bajo la mirada de François Truffaut
Françoise Dorléac y el director de Los cuatrocientos golpes se conocieron un año antes del rodaje de La piel suave, durante un viaje a Tel Aviv organizado por Unifrance Films. Ambos admiten más tarde que tuvieron que vencer cierta resistencia inicial, unos prejuicios que desaparecen gracias al descubrimiento mutuo, y en especial al interés que les une por la lectura -la literatura, junto al propio cine, la infancia o el amor son algunas de las constantes del universo del cineasta-. La piel suave es un proyecto con una gestación y ejecución inusualmente rápidas, realizada durante de los complicados preparativos de producción de Fahrenheit 451 (1966). La adaptación de la novela homónima de Ray Bradbury es un proyecto que Truffaut acarició durante largo tiempo, varias veces pospuesto, hasta que consiguió el reparto y la financiación suficiente para su rodaje en Londres.
Crónica de una infidelidad a partir de un suceso leído en un periódico, La piel suave recibió en su momento una fría acogida entre la crítica. Considerado un film de carácter menor, el tiempo la ha preservado como una obra intimista, cubierta de melancolía y un latente romanticismo. Truffaut nunca se sintió plenamente satisfecho con los resultados, tal vez porque no se entendió demasiado bien con el actor Jean Desailly, quien encarna a un hombre casado que se enamora de una azafata. En una carta confesó: “El rodaje está resultado mucho menos agradable que mis anteriores filmes: penoso, duro, desmoralizador. A Jean Desailly, quien aparece continuamente en pantalla, no le gusta ni la película, ni su personaje, ni el tema, ni yo. Nuestras relaciones son hostiles e hipócritas. Françoise Dorléac es encantadora, excelente”.
La actriz en principio se siente descontenta con la dureza del personaje Nicole en el guion, pero conforme avanza su compenetración con Truffaut consigue moldearla. En el momento de su estreno, precisa: “Nicole acabó por parecerse a mí, François logró que hablara como yo, que contara las cosas que me habían sucedido a mí y que sólo modificábamos ligeramente. Esto explica que hoy no esté segura de que no me guste”. Este personaje de innegable atractivo se aproxima más que ningún otro de su carrera a la realidad, representa un estilo de mujer independiente, atractiva, consciente de sus actos y decisiones. La actriz y François Truffaut mantienen una breve relación sentimental durante el rodaje, que más tarde se convierte en una estrecha amistad. Tal vez la palpable realidad de estos sentimientos empuja al cineasta a filmar algunos de los planos más hermosos de su obra. Una fascinante seducción construida a través de miradas, gestos y silencios, con algunas secuencias emblemáticas, como el deseo contenido en el instante en el que el protagonista retira las medias de las piernas de Nicole.
La piel suave significa un cambio de registro como actriz, demostrando su capacidad para asumir personajes dramáticos. De esta forma fue reconocida por la crítica en el Festival de Cannes de aquel año, donde sin embargo la película tiene una acogida desigual que decepciona profundamente a su autor. Se da la curiosa circunstancia de que, en aquella misma edición de 1964, Jacques Demy obtiene la Palma de Oro con la magnífica e innovadora Los paraguas de Cherburgo, musical que lanza a la fama a Catherine Deneuve, objeto de una especial atención durante el certamen. La prensa entonces se esfuerza en buscar una rivalidad entre las dos célebres hermanas, algo que en realidad nunca existió.
Cómplice de la comedia negra de Polanski
Tan solo dos años más tarde, Françoise Dorléac protagoniza Cul-de-sac, una de las obras maestras de Roman Polanski, reconocida con el Oso de Oro en el Festival de Berlín de 1966. Al igual que en su primer largometraje Cuchillo en el agua (1962) y en la magnética Repulsión (1965),el cineasta polaco reincide en el intento de llevar al límite a unos personajes en un espacio aislado. Françoise da vida a Teresa, una joven aburrida de su pusilánime esposo -Donald Pleasance-, dedicada a matar el tiempo en una pequeña mansión de la costa británica, donde recalan unos atracadores huidos. La actriz parece conectar con el peculiar humor del director, entendiendo perfectamente el negro divertimento que le propone. Resulta palpable la complicidad con Polanski en la construcción de este ambiguo personaje, no exento de cierta crueldad, que juega con quienes le rodean conforme aumenta la tensión. Las desavenencias con su marido salen progresivamente a la luz, ante las excéntricas situaciones a las que les someten estos intrusos.
Roman Polanski recordaba el inicio del rodaje en Holy Island, Northumberland, en unas declaraciones realizadas en 1976: “Françoise había llegado con unas 17 maletas, mientras que el lugar era una pequeña isla sin nada en absoluto, perdida… Creo que había 180 personas a la redonda y cinco pubs”. El director señalaba su profesionalidad, tanto para las escenas de desnudo como respecto a las duras condiciones de trabajo. Entre otras, someterla a unas largas tomas nadando en las frías aguas del mar, durante un magnífico plano secuencia de unos siete minutos que transcurre en la playa. Reconocía también los desacuerdos en algunos momentos: “No era fácil, tenía muchas discusiones con ella, porque el director debe dirigir a los actores. Pero ella planteaba siempre preguntas cuando le decía que hiciera cualquier cosa… Puede ser a causa de que había estado habituada a hacer siempre lo que quería… la inspiración del momento, le cinéma vérité como dicen”, y al mismo tiempo su despreocupación: “¡Era divertida! Le gustaba mucho reír. Reía todo el tiempo. No era como Catherine, que es más reservada, fría y cerrada (…) ¡He aquí, todo esto era Françoise! Lo imprevisible, la catástrofe, el exceso mezclado con esa inimaginable fuerza de la personalidad”. Pese a estas dificultades, de la mano de Polanski logró dar forma al que tal vez sea su personaje más complejo y arriesgado, también el más recordado, y que le permitió mostrar su dúctil capacidad para una construir una interpretación cargada de distintos matices.
Tras el prestigio alcanzado por La piel suave y Cul-de-sac, la actriz diversifica sus intervenciones, dispuesta a consolidar su nombre en la industria británica. Interviene en títulos como la finalmente fallida producción histórica Gengis Khan (1965) de Henry Levin, junto a Omar Sharif, y la sofisticada comedia ¿Dónde están los espías? (1966) de Val Guest, al lado de David Niven, residiendo largas temporadas en el dinámico Londres de la época.
Las fantasías coloristas de Jacques Demy
El director Jacques Demy logra en 1967 por fin reunirla con su hermana Catherine Deneuve, en la que se ignoraba iba a ser la última oportunidad de verlas compartir plano en la pantalla, Las señoritas de Rochefort. El cineasta convierte esta ciudad de la costa atlántica francesa en un inmenso escenario para un delicioso espectáculo, dando forma a unas fantasías coloristas que recuerdan al musical clásico americano. Catherine Deneuve y Françoise Dorléac interpretan a dos estudiantes de música, Delphine y Solange, decididas a triunfar en París y encontrar un “ideal en el amor”. Completan el extenso reparto Jacques Perrin, George Chakiris, Danielle Darrieux y la inestimable participación de Gene Kelly. Más alegre y vitalista que Los paraguas de Cherburgo, aunque algo más convencional en su concepción formal, Demy construye de nuevo este universo a partir de las espléndidas partituras del compositor Michel Legrand. La película permite observar el parecido entre ambas hermanas, la complicidad en la manera de moverse y expresarse, la innata elegancia para portar el vestuario y de representar el mundo ideado por el director. Aunque fueron dobladas en las canciones, pueden poner en práctica sus dotes para el baile -Françoise comparte varias secuencias con Gene Kelly-. Los documentos fílmicos que se conservan del rodaje -a cargo de la cineasta y fotógrafa Agnès Varda, esposa de Demy-, muestran la diversión y sintonía en los ensayos ante el reto que supone afrontar un musical.
Las señoritas de Rochefort llega a las pantallas en Francia el 8 de marzo de 1967. Las marquesinas de los cines se inundan de los carteles con las icónicas imágenes de las dos hermanas, y la revista Paris Match las coloca en su portada. Apenas tres meses más tarde, el 26 de junio, Françoise viaja hacia el aeropuerto de Niza para tomar un avión a París, y desde allí volar a Londres, donde debía completar su trabajo en Un cerebro de un billón de dólares (1967) de Ken Russell, y esperar el estreno de la película de Demy en la capital británica. A unos 10 kilómetros de su destino, pierde el control del coche alquilado que conduce, sale de la carretera y posteriormente se incendia. Esta repentina desaparición causa una profunda conmoción en Francia. La malograda actriz se encontraba en un momento radiante con un prometedor futuro por delante; en poco más de 8 años había rodado cerca de 20 películas.
Recuerdos al otro lado de la cámara
Unos meses después de su fallecimiento, se estrenaba el que sería su trabajo póstumo Un cerebro de un billón de dólares. El director británico Ken Russell recordaba los últimos meses pasados junto a la actriz, a la que pidió que se tiñera de rubio para que simular una mayor semejanza con la espía nórdica de su personaje, destacando su vitalidad durante los días de las pruebas de vestuario en París, y la preocupación de la actriz porque su papel parecía “demasiado romántico”. Señalaba también que “sobrevenida su desaparición, habíamos pensado incluso hacerla doblar por una inglesa, pero en el último momento guardamos su voz. El último y único homenaje que nosotros, que habíamos trabajado con ella, vivido con ella, podíamos destinarle”. Russell recordaba su necesidad de estar sola durante sus largos paseos por Helsinki, mientras el equipo se encontraba haciendo localizaciones, y cómo ni siquiera quería que su compañero de reparto Michael Caine, que al parecer tenía una pequeña debilidad por ella, la acompañase. El propio Caine ha comentado, recordando a la actriz: “Si se analiza la situación, Françoise no podía llegar a ser en Francia una estrella más grande que su hermana. Catherine era realmente una estrella, un icono. Eran los años sesenta, y las jóvenes comenzaban a viajar, para las actrices era importante trabajar en Inglaterra y todavía más en los Estados Unidos. Esto es así todavía. Filmando en el extranjero, se liberaba de Catherine”.
Estas declaraciones forman parte del libro que Catherine Deneuve escribe en colaboración con Patrick Modiano bajo el título Elle s´appelait Françoise (1996), tras casi 30 años de haber guardado silencio sobre su hermana. Catherine Deneuve reconoce que el dolor por esta pérdida le impidió durante este tiempo afrontar el tema de forma pública, pero que la necesidad de mantener presente su memoria la animó finalmente a escribirlo. La primera imagen que le viene a la cabeza es “su cara, su pequeña nariz, sus pecas, su risa, su voz. Sobre todo, su voz. Cuando la oigo aparece en mí inmediatamente. La voz de Françoise es como un perfume, es algo realmente muy tenaz, que cada vez reabre una herida que jamás se cerrará por completo”. Reconoce que “afortunadamente se hizo Las señoritas de Rochefort. Hasta allí éramos cómplices, nos veíamos o frecuentábamos, pero no tanto como entonces. Nos acercamos físicamente. Tengo una memoria de aquel rodaje extraordinaria”. A lo que Jacques Demy añade: “Françoise era inquieta, tímida, muy acomplejada. No se conocía; no sabía cómo vestirse, cómo cogerse, qué hacer con sus brazos, pero era tan actriz, le gustaba tanto actuar, que conseguía sobrepasar todo esto”. Con relación a ambas hermanas, Philippe de Broca señala: “Tenía el sentimiento de proteger a su hermana pequeña Catherine, de hecho, era lo inverso. La echo siempre de manos”.
Respecto a la pregunta de cuál de los personajes la refleja mejor, Catherine Deneuve responde: “Es difícil de decir, porque verdaderamente muestra un aspecto diferente de su personalidad en cada una de las películas importantes que interpretó. El hombre de Río traduce sobre todo la parte de la infancia, Las señoritas de Rochefort refleja la imagen de su fantasía, Cul-de-sac prueba la extravagancia de la que era capaz… Vi de nuevo este film recientemente, me quedé estupefacta por la modernidad de su interpretación y su audacia. Pero la que es más fiel a lo que profundamente era Françoise es La piel suave“. En 1994, la propia Catherine inauguró en Rochefort, la ciudad inmortalizada por Jacques Demy, la Plaza Françoise Dorléac en memoria de su hermana.
François Truffaut se encontraba rodando La novia vestía de luto no lejos del lugar del accidente y se sintió desolado por la muerte de la actriz. Desde La piel suave les unía una especial complicidad, y mantenían una relación fundamentalmente epistolar. Por encima de otros testimonios, perdura con intensidad el artículo que publicó en Cahiers du Cinéma en 1968 titulado “Se llamaba Françoise…” –incluido en la recopilación de sus textos El placer de la mirada (1987)-, donde escribe: “Personalidad fuerte, a veces autoritaria, que contrasta con un físico frágil y romántico (…) Actriz en mi opinión insuficientemente valorada, sin duda habría encontrado, a los 30 años, el verdadero contacto con el gran público, que la habría adorado como la adoraron todas las personas que tuvieron la oportunidad de trabajar con ella. (..) Yo intentaba convencerla de que no tenía por qué preocuparse por el paso de los años y que el tiempo iba a su favor. Le decía que rodaríamos juntos cada 6 años y concertamos citas para 1970, 1976 y 1982. Cada vez que le escribía ponía en el sobre `Mademoiselle Framboise Dorléac´ para asegurarme de que leería mi carta con una sonrisa en su rostro”.
Esas citas no pudieron llegar a cumplirse, aunque la fidelidad que François Truffaut demostró hacia los intérpretes que le acompañaron a lo largo del tiempo indica que, a buen seguro, así habría sido. Evocar los innumerables recuerdos fílmicos y la triste desaparición de Françoise Dorléac puede servir para revisar su figura -una memoria que especialmente en Francia continúa presente-, e incluso llevar a descubrir, a través de la recuperación de algunas sus películas, una indeleble presencia en la pantalla.
Fuentes consultadas
-“El placer de la mirada”, François Truffaut. Ed. Paidós 2002.
-“François Truffaut”, Antoine de Baecque, Serge Toubiana. Ed. Plot 2005.
-“François Truffaut en acción” Carole Le Berre, Ed. Akal 2005
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