Elephant Gus Van Sant
Ecos de Portland
Elephant Gus Van Sant
Miguel Laviña Guallart | 25 julio, 2021
Un análisis retrospectivo de la obra del cineasta norteamericano Gus Van Sant permite situar a Elephant (Elephat, 2003), con el espacio para la reflexión que proporcionan más de tres décadas de carrera, como la película que condensa los rasgos distintivos de su autor. Elephant se erige como una pieza clave sobre la que gravita una filmografía en constante evolución, caracterizada por distintas inquietudes y una arriesgada búsqueda de respuestas estéticas, trazada por un innegable poder de seducción visual. Sin embargo, resulta curioso descubrir como uno de los filmes más depurados de Van Sant no partió de un proyecto personal. La productora HBO le ofreció rodar un guion inspirado en el tiroteo del instituto de Columbine (Colorado), en el que dos alumnos asesinaron a trece personas en 1999. En aquel momento, Van Sant deseaba seguir con la dinámica experimental de su anterior largometraje Gerry (2002), y valoró rechazar el proyecto. Los productores aceptaron sus condiciones, como rodar sin un guion previo y con actores desconocidos. Pretendía evitar que la película se convirtiese en la crónica de un suceso, alejándose progresivamente de aquellos trágicos hechos para lograr situar Elephant en un espacio atemporal, lo que le confiere todavía más significado.
El cine independiente americano a mediados de los años ochenta, principio de los noventa, renovó sus signos de identidad a través de la eclosión de una serie de jóvenes realizadores. Entre los autores que comenzaron a militar entre sus filas, destacan Jim Jarmusch y Gus Van Sant, dos cineastas fundamentales en las últimas décadas. Aunque artífices de universos alejados, con palpables diferencias estéticas, y distintas inquietudes en cuanto a la realidad que intentaban aprehender, ambos autores lograron imponer un estilo personal, y abrieron caminos creativos a otros incipientes directores. Los curiosos personajes retratados por Jim Jarmusch con una ironía siempre cómplice -entrañables perdedores de Nueva York o Nueva Orleans-, resultan tan reconocibles como los jóvenes sobre los que Gus Van Sant dirigió su poética mirada en los márgenes de Portland, escenario al que ha vuelto una y otra vez. En aquellos años, el cine independiente americano consiguió una creciente repercusión fuera de sus circuitos, un prestigio acompañado por el reconocimiento en distintos festivales. Junto a Jarmusch y Van Sant, autores con un innegable potencial creativo como Steven Soderbergh, Hal Hartley, Kevin Smith, Richard Linklater o los Hermanos Coen.
Palma de Oro y Premio al Mejor Director en el Festival de Cannes de 2003, Elephant es una obra clave en la filmografía Gus Van Sant. Un virtuoso ejercicio de estilo, que funciona con la precisión de un mecanismo de relojería
A lo largo de las últimas décadas, algunos de estos directores se han integrado de una forma relativamente estable en la industria cinematográfica, consiguiendo en ocasiones mantener cierta libertad creativa. La trayectoria de Gus Van Sant ha estado caracterizada por una constante dualidad. Unos periodos de transición entre el cine independiente -películas de indudable carácter personal, en las que siempre ha habido un espacio para la experimentación-, y el cine realizado bajo el sistema de estudios. Van Sant ha aceptado proyectos en ocasiones cuestionables, asumiendo guiones ajenos con resultados más que convencionales. Sin embargo, incluso en estos proyectos de encargo, alejados de sus orígenes, siempre pueden rastrearse ciertos rasgos inherentes a su estilo, o que de alguna manera conectan con sus constantes temáticas.
Gus Van Sant, “El poeta de los inadaptados”
Formado en pintura y publicidad, tras filmar varios cortometrajes, Van Sant estrena en 1985 su primer film Mala noche, pero son sus dos siguientes largometrajes Drugstore Cowboy (1989) y Mi Idaho privado (1991) los que lo situaron como uno de los principales referentes del cine independiente. A pesar de los años transcurridos, en cierta forma Van Sant sigue siendo el director de estas dos obras memorables. Drugstore Cowboy sigue el periplo de un grupo de jóvenes drogadictos, con una mirada sincera y alejada de cualquier posicionamiento moral. Su personaje principal, al que da vida un versátil Matt Dillon -en el papel más emblemático de su carrera-, decide emprender un camino propio, un proceso en el que acepta la inevitable realidad de las drogas. Van Sant se constituye con Drugstore Cowboy en uno de los herederos del espíritu de la Generación Beat, contando con la significativa presencia de William S. Burroughs en el pequeño papel de un sacerdote yonqui, para el que el escritor creó sus propios diálogos.
El impacto que supuso Drugstore cowboy permitió a Van Sant rodar Mi Idaho privado, un guion que había escrito con anterioridad. Un relato que retrata la juventud marginal de Portland, a través de la relación entre dos jóvenes dedicados a la prostitución, encarnados por River Phoenix y Keanu Reeves. Una película en la que están presentes algunas de sus constantes inquietudes, como la soledad en los años de transición de la juventud y la búsqueda de alternativas a la desestructuración familiar. En estos dos filmes queda patente el interés de Van Sant por la experimentación, la ruptura entre la realidad y su forma de transmitirla. Una innata capacidad para retratar ciertas realidades dramáticas, o incluso escabrosas, a través de una mirada poética. Estas primeras obras también descubren una personal visión de Portland, ciudad en la que ha transcurrido gran parte de su vida, a través de sus brumosas e industriales calles, y unas interminables carreteras en medio de la nada de Oregón e Idaho, filmadas de forma hipnótica. Una estética personal que, en aquel momento, quedó identificada con el cine independiente americano. Estos primeros filmes le valieron la calificación de “El poeta de los inadaptados” por una parte de la crítica.
Dos películas fundamentales, que dejaron una larga estela de influencia, tras las que inició una segunda etapa en la que se alejó de forma progresiva del cine independiente, con títulos como Todo por un sueño (1995), El indomable Will Hunting (1997), el polémico e innecesario remake Psycho (Psicosis) (1998) y Descubriendo a Forrester (2000). Las técnicas formales puestas en práctica en Gerry (2002) -uno de sus filmes más arriesgados-, le devolvieron a sus orígenes, a la que siguió Elephant (2003), con la que consiguió la Palma de Oro y Premio al Mejor Director en el Festival de Cannes. En cierta forma, para una nueva generación Gus Van Sant se convertiría, a partir de entonces, en “El director de Elephant”. Estas dos películas guardan estrechos vínculos con sus dos siguientes trabajos Last Days (2005) y Paranoid Park (2007), obras que completan un segundo periodo de absoluta plenitud creativa, y que parte de la crítica califica como “Tetralogía de la juventud y la muerte”. Durante los últimos años, ha filmado películas tan diversas como Mi nombre es Harvey Milk (2008), Tierra prometida (2012) o No te preocupes, no llegará lejos a pie (2018).
Las distintas aristas de la realidad
Gus Van Sant consigue en Elephant un virtuoso ejercicio de estilo, convirtiendo la narración en un preciso mecanismo de relojería dividido en tres tiempos. A lo largo del metraje, se suceden unos largos planos secuencias que confluyen en unos determinados instantes, previos a producirse la tragedia. Estos planos secuencia logran aprehender la realidad, confieren al film un aspecto sencillo, pero esconden una esforzada precisión narrativa, convirtiéndose en un sofisticado ejercicio de observación. La cámara sigue, mediante complicados travelling, los sucesivos recorridos de los estudiantes, consiguiendo que fluya la realidad de un día cualquiera del instituto. La fragmentación temporal –varias secuencias transcurren en paralelo e incluye un flashback del día anterior-, permite observar la realidad desde distintos ángulos. Esta estructura fragmentada –la narración no lineal es otro de los rasgos distintivos de su obra-, permite a Van Sant adentrarse en el microcosmos que durante unos años significa un instituto, mostrando que la realidad no es única, al igual que no lo son los posibles motivos que conducen a los trágicos hechos.
De esta forma, Van Sant incide en sus rupturas entre la realidad y la forma de transmitirla. Los laberínticos pasillos de un instituto de aspecto clínico –se utilizó para el rodaje un edificio todavía no inaugurado-, y sus estancias asépticas, hacen todavía más siniestra la tragedia que se está fraguando en su interior. Sin embargo, la cámara de Van Sant las recorre de forma volátil, con puntuales instantes de ralentí, de fugas de la realidad. Unos planos recorren la belleza otoñal de sus exteriores, incluyendo unas cromáticas imágenes de los cielos de Portland –siempre presentes en su filmografía-, que abren las tres partes que dividen el film. Una sensible mirada que se completa con la labor del sonido –excepcional la forma en que recuerda los ecos de los institutos- y la música, varias sonatas de Beethoven, que en cierto momento se convierte en diegética, al ser interpretada al piano por uno de los autores del tiroteo.
Gus Van Sant incide en la magnífica Elephant en la ruptura entre una dramática realidad y su forma de transmitirla, a través de una poética mirada. Una narración fragmentada, que le permite adentrarse en el complejo microcosmos de un instituto
El título de la película resulta significativo también para comprender las intenciones de Van Sant. Por una parte, tiene su origen en el mediometraje Elephant dirigido por Alan Clarke y producido por Danny Boyle, estrenado en la BBC en 1989. Situado en el conflicto en Irlanda del norte, su título hace referencia a la metáfora inglesa “Un elefante en el salón”: un conflicto violento es tan fácil de ignorar como tener un elefante en el salón, una evidente verdad que pretendería ser ignorada. El título remite también a un popular cuento oriental, en la que unos ciegos describen a un elefante. Cada uno de ellos describe aquello que puede tocar, e intenta convencer al resto de que el elefante es como lo imagina; una explicación necesariamente parcial, resultando imposible componer una idea global de la realidad. Para Van Sant, la realidad puede tener tantas aristas como las miradas que la observan, y no pretende encontrar una explicación única a una situación tan compleja como es la violencia en los institutos. Su intención era que “el público pudiese ver las cosas de otra forma. La idea era proponer unas pistas para hacerle reflexionar sobre ese acontecimiento que ya conocían de antes, con el fin de encontrar respuestas por sí mismos. Hay diferentes razones y no quería formular dos o tres hipótesis para imponérselas a los espectadores. Sabía que el espectador tenía ya millones de respuestas, y les quería ayudar a estudiar todas esas respuestas posibles” (1).
La versatilidad de sus jóvenes intérpretes, que encajan con total naturalidad en las distintas personalidades que pueden encontrarse en los institutos –en el film sólo intervienen tres actores profesionales-, es otro de los grandes logros de Elephant. Se organizó un castingal que acudieron cientos de estudiantes, con los que se realizaron distintos talleres antes del rodaje. Van Sant incorporó al film las conversaciones de los jóvenes en los ensayos. Los estudiantes sabían que podían improvisar, tomar sus propias decisiones sobre los diálogos. Unas réplicas que debían ser naturales, al no pretender apoyarse en los diálogos para hacer avanzar la película. Una vez que se distribuyeron los papeles y se definieron los grupos, Van Sant reconoció que las discusiones de los jóvenes sobre la violencia le inspiraron: “Los estudiantes sabían muy bien de qué estaban hablando. El instituto era su día a día, no el nuestro. Eran los estudiantes los que de verdad tenían una visión y podían explicarnos cómo se sienten, su situación en ese lugar”. Elephant puede ser la mirada hacia unos jóvenes de un instituto cualquiera de EEUU, donde similares sucesos trágicos se siguen produciendo, incluso más de quince años después de rodarse el film.
La juventud y sus márgenes es uno de los elementos sobre los que planea el conjunto de la obra de Van Sant. En palabras del propio director “la adolescencia es una etapa formativa, fundamental en nuestro desarrollo. Es entonces cuando nos afirmamos como personas, aprendemos a amar, a reconocernos a nosotros mismos. Es un momento de mi vida que recuerdo con afecto. Y hay una belleza especial en los jóvenes. En ellos trasunta el temor, la desesperanza” (2). Una época de difícil tránsito, pero a la que siempre se desearía regresar, y que puede verse reflejada en el testimonio intemporal que significa Elephant.
(1) Declaraciones sobre la preparación y el rodaje de Elephant, realizadas por Gus Van Sant en la Cinémathèque Française, Leçon de Cinéma, abril 2016.
(2) Diario Clarín, 24/08/2008.
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