El tren con Romy Schneider
El silencio de Anna Kauffman
El tren con Romy Schneider
Miguel Laviña Guallart | 16 junio, 2021
Los rostros de dos intérpretes emblemáticos del cine francés, Romy Schneider y Jean-Louis Trintignant, desbordan la pantalla en unos significativos primeros planos a lo largo del metraje de El tren (Le train, 1973) de Pierre Granier-Deferre. La evocadora belleza que desprenden estas imágenes, en un momento en el que ambos se encontraban en la plenitud de su madurez interpretativa, se ha convertido en el principal sentido para la pervivencia en la memoria de este largometraje. El tren se inspira en la novela homónima del escritor belga George Simenon, publicada en 1961. Una adaptación que se sustenta en la forma precisa con la Romy Schneider y Jean-Louis Trintignant encajan en sus personajes, y en la emoción que logran transmitir dando forma a una historia que amor que pulsa profundos sentimientos, en este drama ambientado durante la Segunda Guerra Mundial.
La novela de George Simenon se desarrolla en el marco del llamado “Éxodo de 1940”, uno de los mayores desplazamientos de la Segunda Guerra Mundial. Ante el avance del ejército alemán en Bélgica y la inminente invasión de Francia, miles de personas huyeron desde el Nordeste del país, Holanda, Bélgica y Luxemburgo hacia París y el Sudeste del Francia. Esta huida desbordó la capacidad de los transportes ferroviarios, y miles de ciudadanos emprendieron una ardua y lenta huida por carretera, constituyendo uno de los episodios más dramáticos de este conflicto bélico. Unos 100.000 civiles morirían durante los constantes ataques de los aviones alemanes a estas vías. Al parecer, el director Pierre Granier-Deferre vivió de niño esta huida, por lo que podía sentirse cercano al argumento de El tren, que sigue el viaje de uno de estos trenes de refugiados, desde una pequeña localidad llamada Funnoy -en realidad Fumay, cercana a la frontera belga-, atravesando una extensa parte de Francia, hasta la ciudad atlántica de La Rochelle.
A pesar de la dificultad de Granier-Deferre respecto a la verosimilitud del trasfondo bélico del relato, El tren permanece en la memoria por la entrega Romy Schneider y Jean-Louis Trintignant a sus personajes, dando forma a una relación que desprende instantes de autenticidad
La obra de Granier-Deferre se distingue por el carácter formal de su estilo, destacando por sus numerosas adaptaciones literarias y la sólida dirección de algunos de los intérpretes de carácter del cine francés -en su filmografía se repiten los nombres de Jean Gabin, Simone Signoret o Yves Montand-, en estimables largometrajes como El gato (1971), El hijo (1973) y L´etoile du nord (1982). A partir de la premisa argumental de El tren, Granier-Deferre consigue una precisa semblanza de la sociedad francesa de la época, mediante la reunión de una serie de personajes de distinto origen y condición en un espacio cerrado. Un antiguo vagón de carga, en el que deben convivir durante las accidentadas jornadas de este viaje. El director pone un especial acento en el retrato de estos desplazados, que intentan adaptarse a un reducido escenario -Un anciano veterano de la Primera Guerra Mundial, un desertor o una joven madre con su hijo-, y en observar las distintas maneras de reaccionar de las personas corrientes, llevadas hasta unas circunstancias extremas.
Ante el espejo que supone el miedo y la miseria moral de la guerra, hay espacio para la festiva evasión dentro del vagón -que se revela como un recurso falso, pero en ocasiones necesario-, la violencia o la insolidaridad, pero también para la comprensión e incluso para el amor. En este tren se produce el encuentro entre una mujer alemana de origen judío -Romy Schneider-, que huye de un campo de refugiados -Durante algún tiempo el film se exhibió con el título de “Anna Kauffman”-, y un hombre -Jean-Louis Trintignant- que se ve separado de su esposa embarazada y de su hija, asignadas a otro vagón y trasladadas a un tren diferente durante el trayecto.
Uno de los mayores obstáculos con los que se encuentra Granier-Deferre en la adaptación a la pantalla de la novela de Simenon es la dificultad de conjugar el trasfondo bélico del relato, las secuencias que se desarrollan en un plano general, con los momentos intimistas, en torno a la relación entre sus dos personajes principales. El director no consigue desarrollar ambas líneas narrativas con similar convicción, generando una palpable diferencia entre la intensidad y sincera emoción que desprende el relato intimista de una historia de amor que resulta imposible, a través de las interpretaciones de Romy Schneider y Jean-Louis Trintignant, y la falta de verosimilitud que, inevitablemente, se percibe en algunos tramos de la narración del marco histórico.
En un principio, Granier-Deferre resuelve de manera efectiva la información necesaria respecto a la situación bélica, mediante unas imágenes de archivo en blanco y negro sobre el avance de las tropas alemanas, junto a una retransmisión de radio que se escucha en la primera secuencia, y que completa el marco en el que se desarrolla el relato. Sin embargo, este recurso pierde fuerza cuando las imágenes reales se repiten en varias ocasiones a lo largo del metraje, de manera innecesaria, resultando todavía más palpable la diferencia entre la magnitud de la tragedia real y las imágenes que refleja la película.
A pesar de contar con holgados medios de producción, una excelente fotografía que refleja los distintos matices de los paisajes franceses, y de la hermosa partitura del compositor Philippe Sarde, el film adolece de cierta falta de realismo en la reconstrucción del contexto bélico. Las imágenes no consiguen reflejar la verdad más mísera, la inevitable suciedad física y destructora de la guerra, tal y como resulta palpable en otros largometrajes sobre el mismo periodo. Una verosimilitud que se ve afectada por la impoluta puesta en escena y dirección artística en unos decorados -estaciones, hospitales o refugios-, que resultan poco creíbles, con detalles que no contribuyen a la veracidad, como los inmaculados carteles de la época o el pulcro orden en sus dependencias, en un momento histórico de auténtico caos. A esta sensación se une la construcción algo artificiosa de varias de las necesarias secuencias colectivas.
Sin duda, El tren encuentra su verdadero sentido en su aproximación a los rostros de los personajes, profundizando en los sentimientos en un primer plano, al margen de la complicada reconstrucción histórica. El encuentro de sus dos personajes principales y la inevitable historia de amor a la que ambos se entregan, aun siendo conscientes de que está condenada desde un principio, está trazada con una mirada sensible, mediante pequeños gestos y detalles. Jean-Louis Trintignant realiza una impecable interpretación en su esfuerzo por encarnar a un hombre corriente, al que las circunstancias colocan ante unos sentimientos no esperados -sus gafas resultan un elemento significativo, su voluntario distanciamiento hacia aquello que le rodea-. La complicidad que surge en la pantalla con Romy Schneider respira instantes de autenticidad. A partir de los años setenta, la actriz alcanzaría una etapa de plenitud interpretativa en Francia, con títulos como Las cosas de la vida (1970) Lo importante es amar (1975) o Una vida de mujer (1978). En El tren da vida a Anna Kauffman de forma serena y conmovedora, mediante unos silencios en los que se intuye los latidos una persona herida, que arrastra un dramático pasado, y que por momentos parecen trascender a los propios dolorosos recuerdos de la actriz.
Finalmente, los efectos devastadores de la guerra se ven realmente reflejados en los rostros de estos dos personajes. Una relación que transita por diferentes escenarios y tiempos de la guerra y la ocupación alemana, y que les conduce hacia una memorable secuencia final. Un pequeño gesto, una sencilla caricia en una mejilla, descubre la profundidad de sus sentimientos y las dolorosas consecuencias que ambos están dispuestos a asumir. La intensa emoción de este instante y la entrega de ambos intérpretes a sus personajes compensan los desequilibrios de El tren, logrando que resulte imperecedero este breve encuentro entre dos desconocidos en tiempos de guerra.
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