Cuando el viento silba Bryan Forbe
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Cuando el viento silba Bryan Forbes
Miguel Laviña Guallart | 13 octubre, 2021
La infancia y sus alrededores ha sido reflejada en infinidad de ocasiones y formas de expresión en la pantalla a lo largo del tiempo. Tan sólo algunos cineastas, sin embargo, han conseguido esbozar por algunos instantes, en imágenes apenas aprehensibles, inesperadas y fugaces, el rostro real de la inocencia en la infancia. Autores como Vittorio De Sica en El limpiabotas (1946) y Ladrón de bicicletas (1948), François Truffaut y sus múltiples aproximaciones en Los cuatrocientos golpes (1959) o La piel dura (1976), René Clément en Juegos prohibidos (1952), o Aki Kaurismaki con Le Havre (2011), por citar tan sólo unos pocos ejemplos, lograron reflejar esa pureza en el celuloide. En la mayor parte, estas películas se sustentan en la presencia de niños que hasta entonces no se habían expresado ante una cámara, o que apenas estaban comenzando a actuar. El director británico Bryan Forbes consigue en Cuando el viento silba (Whisle down the wind, 1961) transmitir esos instantes de sencilla y pura emoción, aunque la inmensa popularidad de su joven protagonista en aquellos años, Hayley Mills, tal vez ha distorsionado el recuerdo del film durante las últimas décadas. El hecho de considerar en ocasiones a Cuando el viento silba simplemente como “Una película de Hayley Mills”, ha impedido valorar en su precisa dimensión este conmovedor relato, una obra algo desconocida y fundamental del cine británico.
Bryan Forbes firma su primer largometraje como director con Cuando el viento silba, producida por la compañía independiente que había fundado en 1959 junto al también intérprete y director Richard Attemborough. Forbes desarrolló una amplia trayectoria hasta los años noventa como intérprete, guionista, novelista y autor de películas como La habitación en forma de L (1962), Kind Rat (1965) o Las mujeres de Stemford (1975). La primera producción junto a Attembourgh, The angry silent (1960), un film de marcado carácter social con guion del propio Forbes, logró una estimable acogida crítica. Cuando el viento silba adapta la novela homónima de Mary Hayley Bell, actriz y escritora, esposa del actor John Mills y madre de Hayley Mills -la joven actriz alcanzaría una gran popularidad durante los años sesenta gracias a sus películas de Disney-. Un relato que se sitúa en una pequeña población de Lancashiere, al norte Inglaterra, en el que una niña, Kathy, descubre escondido en un establo a un hombre herido, buscado por la policía -Alan Bates, en su segunda película-. Antes de desmayarse, este joven huido, llamado Arthur Blakey, tan sólo consigue murmurar “Xesucriste”. Una palabra que hace creer a la niña que se trata de una nueva llegada de Jesús, intentando junto a sus dos hermanos pequeños cuidar y ocultar la presencia de Blakey a su entorno adulto.
Bryan Forbes logra reflejar en Cuando el viento silba la pureza de la inocencia en la infancia. Unos instantes, apenas aprehensibles, que también consiguieron esbozar autores de la entidad de Truffaut, De Sica o Clément
La insólita premisa argumental de Cuando el viento silba permite a Forbes adentrarse en algunas de las interesantes lecturas y preguntas que plantean sobre el relato. Aspectos como el universo propio que constituye la infancia y la insalvable fractura con el mundo adulto, la imposibilidad de los niños para obtener, en ocasiones, respuestas coherentes por parte de los adultos, y los efectos que una estructura colectiva puede generar en los pensamientos e imaginación de unos niños. Al mismo tiempo, el film realiza, mediante pequeñas pinceladas, una certera semblanza de la vida cotidiana en una población rural inglesa a finales de los años cincuenta, y se pregunta sobre la posible reacción de la sociedad si la convicción de la niña fuese real.
El universo de la infancia, con sus códigos propios, secretos y deseos, paralelo al mundo adulto, que en multitud de ocasiones trascurre ignorante de los infinitos sentimientos que atesoran los niños, queda definido de forma precisa en las primeras secuencias. La escena inicial, anterior a los títulos de créditos, muestra a los tres hermanos protagonistas de la película siguiendo a un adulto a lo largo del cauce de un río, y rescatando a los tres pequeños gatos que éste arroja al agua dentro de un saco. De manera visual, mediante planos alternos del avance del adulto y de los niños, Forbes establece desde el primer momento esta existencia paralela y excluyente. El rescate de los gatos, que esconden en el establo, será el primero de los secretos entre los tres hermanos. Con similar economía narrativa, en las siguientes secuencias el director expone la vida cotidiana en una pequeña granja, la falta de la figura materna, el cuidado abnegado pero desprovisto de cariño por parte de una tía paterna, y la actitud de padre, del que emana un indudable amor por sus hijos, pero rígido y algo incómodo en su manera de expresarlo.
Cuando el viento silba se constituye en una de las películas más relevantes del cine británico de principios de los años sesenta. Una obra que conduce hasta unos momentos de auténtica “revelación cinematográfica”
El vínculo especial que se percibe entre los tres hermanos tal vez se ha generado por la ausencia de esta figura materna, y la falta de suficiente confianza con los adultos de su familia. Esta exposición inicial de la vida cotidiana de los niños resulta relevante, y determinará el transcurso del relato. En el momento en el que se produce el hecho desencadenante, el descubrimiento del hombre herido en el establo, Kathy decide mantenerlo en secreto, sin duda intuyendo una más que probable incomprensión adulta. En su convicción de que se trata de Jesús, y de que ha llegado hasta su establo como respuesta a unas palabras del día anterior, cree que debe cuidarlo, y evitar que vuelva a sucederle algo similar a su primera llegada. A partir de esta clave, Forbes nos introduce en un mundo infantil mágico, en el que la inocencia permite que cualquier sueño sea posible. Los diálogos entre Kathy y Blake están cargados de esta delicadeza, mediante el afecto y el respeto en las preguntas de la niña a quien cree Jesús -Blakey, desconcertado por ser objeto de esta extraña atención, comprende de forma progresiva el equívoco-. En el marco de esta visión pura del mundo infantil, Forbes construye una maravillosa secuencia, en la que los tres hermanos se alejan bailando hacia un prado, felices de tener a Jesús en su establo, acompañados por la espléndida partitura que Malcolm Arnold compuso para la película.
Testigo de la “revelación cinematográfica”
Cuando el viento silba se constituye en una de las películas más relevantes del cine británico de principios de los años sesenta, un periodo en el que se desarrollaban los Nuevos Cines europeos, y los integrantes del Free Cinema británico se encontraban rodando algunas de sus obras más significativas. Cuando el viento silba no puede considerarse parte de este movimiento, pero contiene ciertos rasgos similares, en especial el reflejo social en el que incidían los Nuevos Cines. Los vínculos con el Free Cinema pueden percibirse en algunas escenas en las que Kathy intenta indagar sobre una posible nueva llegada de Jesús, que evidencian la rigidez de esta sociedad rural. La niña no encuentra respuestas claras por parte de su profesora ni del sacerdote de la localidad -una imagen negativa de esta figura, que se muestra más preocupado por el robo de unas canaletas de plomo de la iglesia local, que en las preguntas sobre la fe que intenta hacerle la niña-. Las imágenes rodadas en exteriores por Forbes -magnífica la secuencia en la que unos niños juegan en un parque-, desprenden un especial realismo. Unas depuradas imágenes en blanco y negro, extrañamente hermosas, en las que se percibe el carácter modesto de la localidad, la naturalidad y franqueza en los rostros de los niños.
La película introduce ciertos detalles cargados de valor simbólico, que inciden en la reflexión que recorre el relato sobre una posible nueva llegada de Jesús, estableciendo reveladores paralelismos. Un niño es golpeado en el parque, obligado a negar hasta tres veces que el hombre refugiado en el establo sea Jesús, tras lo que se oye el pitido de un tren. El hecho de que sean doce los muchachos del colegio que van a visitarle, o que se descubra su presencia por una confesión -aunque involuntaria- de uno de los niños. Y en especial, el plano en el que Kathy observa a Blakey con los brazos en cruz, frente a un horizonte abierto. Una de las imágenes más significativas de la película, cargada de resonancias.
El emotivo tramo final de la Cuando el viento silba conduce a dos instantes de especial relevancia, que comparten un carácter mágico, tanto dentro como fuera de la pantalla. El último diálogo entre Kathy y Blakey se produce a través de una ventana, sin que puedan verse el rostro. La emotiva sencillez que transmiten las palabras de la niña se ve reflejada en el rostro de Blakey -tal vez a lo largo de su vida, que se intuye difícil, nadie le ha expresado ese cariño-. Estas últimas palabras parecen llevar a Blakey a una especie de redención, y en esa imagen se convierte en una “revelación”, el verdadero mensaje moral de la película: es posible llegar al arrepentimiento y el encuentro, sin necesidad de hechos prodigiosos, simplemente a través del amor.
El segundo instante arrebatador en esta última secuencia supone una especie de “milagro cinematográfico”. Forbes encuentra el momento preciso en el que Hayley Mills verdaderamente parece olvidar su condición de actriz. La cámara del director se encuentra presente para capturar ese instante, apenas aprehensible, de inocencia. La realidad y el celuloide se funden en un mismo plano, tan sólo unos segundos, del rostro y las lágrimas de Kathy en sus últimas palabras con Blakey. Un momento de verdadera pureza cinematográfica.
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