Babel Alejandro González Iñárritu
Desiertos infinitos
Babel Alejandro González Iñárritu
Miguel Laviña Guallart | 26 abril, 2021
El escritor norteamericano Paul Bowles en su célebre novela El cielo protector seguía a un matrimonio norteamericano que deambulaba por el norte de África, una pareja que arrastraba sus diferencias, incapaz de comunicarse. Las situaciones extremas a las que debían enfrentarse, el miedo a perderse, precipitaba su inevitable acercamiento. Años más tarde, parece que todo se repite, pero nada sucede por casualidad. El primer tramo de Babel (Babel, 2006) encuentra a una pareja en el desierto sumida en una crisis similar. “Cuando quieras discutir, avisa” le espeta ella. Poco después, una inesperada tragedia, la sombra de la muerte en forma de una bala perdida impactada en su hombro, les empujará a revelar sus sentimientos. Pese a la distancia temporal, la habitación donde yace herida, la desesperación por hacerse entender entre quienes les rodean, apenas han cambiado. Recuerdan poderosamente a lo narrado por Bowles y a las imágenes creadas por el cineasta Bernardo Bertolucci en El cielo protector (1991), fascinante adaptación fílmica de la novela. El transcurrir del tiempo percibido como un movimiento cíclico es una de las ideas que subyacen en Babel, tres relatos narrados de forma paralela que, colocados en línea recta, describirían un movimiento ondulante vertebrado por un casi imperceptible hilo.
El director mexicano Alejandro González Iñárritu y el guionista Guillermo Arriaga dan una nueva vuelta de tuerca en la última entrega de una trilogía de historias fragmentadas, que se expande en tres continentes y cuatro lenguas, pero que se simplifica en cuanto las forzadas coincidencias y extraños vínculos respecto a sus anteriores películas, realizadas a ambos lados de la frontera entre México y EEUU. La potentísima Amores perros (2000) deslumbró con una desgarradora incursión en el caos de México DF, a través de varios personajes que confluían en un brutal accidente de tráfico; seguida por las filigranas estructurales de la angustiosa 21 gramos (2003). La propuesta de Babel es menos extrema en cuanto a la estructura narrativa, con una pieza central, las dificultades de ese matrimonio en Marruecos, enlazada con la odisea por la que atraviesa una cuidadora de niños mexicana en la frontera entre EEUU y su país, y con los conflictos de una joven sordomuda en Japón. Algunos actos irresponsables, inconscientes o directamente criminales -intentar cruzar una peligrosa frontera con unos niños ajenos, el turista que regala un rifle a un guía local, un arma puesta en las manos de un niño-, pueden tener consecuencias insospechadas a miles de kilómetros de distancia.
Alejandro González Iñarritu construye en Babel poderosas imágenes y algunas secuencias que pulsan profundos sentimientos. Una visceral reflexión que pone fin a su llamada “Trilogía del dolor”
Babel conecta estos tres relatos a través de unas hipnóticas imágenes que van variando de paisajes, ambientes y estratos sociales. Director y guionista idean un inteligente mecanismo que encaja unos fragmentos en apariencia lejanos, mediante un minucioso trabajo de montaje. Un arriesgado ejercicio que descubre progresivamente las claves de lo narrado. En este “babel” de lenguas y desconfianzas que colisionan, las palabras caen en el vacío, y la elocuencia de la imagen sustituye, en muchas ocasiones, a unos diálogos que se entrecruzan pero que no sirven demasiado. Por ello, la película está concebida de una forma eminentemente visual. El despliegue de absorbente belleza, lejos de resultar gratuito, está cargado de significados, define el estado emocional de los personajes y los inserta en su contexto.
El film plantea un mundo interconectado pero no por ello entendible, en el que un simple suceso puede dar la vuelta al planeta distorsionado en cuestión de horas. Iñárritu refleja asuntos constantes en la preocupación colectiva -violencia, brutales diferencias o el miedo al terrorismo-, que se desprenden de lo narrado sin necesidad de remarcarlos. En principio Babel es un proyecto más ambicioso que sus obras anteriores, aunque el director vuelve a hablar ante todo de sentimientos, mucho más similares de lo que pueda parecer en lugares muy distintos. Deja claro que el planeta no se encuentra dividido en fronteras, sino que está simplemente fraccionado en dos grandes grupos: entre los que ostentan el poder y aquellos que sufren sus abusos. No son las fronteras geográficas las que impiden el entendimiento, sino las interiores, las creadas por la propia condición humana.
Entre los tres relatos se percibe cierto inevitable desequilibrio, y es curioso que el más cercano en el espacio al director -la frontera entre EEUU y México- resulte ligeramente maniqueo. La solidez del relato de Marruecos se complementa con la fascinación que ejerce el tramo que se desarrolla en Tokio. Una aproximación atractivamente sensorial al espacio de silencio de una adolescente sordomuda, inmersa en una sociedad tecnificada dominada por el sonido, surcada con visiones nocturnas de la ciudad cargadas de resonancias trágicas. En las tres piezas sus personajes atraviesan un desierto -el marroquí, el desierto de la frontera y el que surge de la gran urbe-, con una creciente desesperación, seguida de una especie de posibilidad de redención.
El director reúne a un amplio elenco de intérpretes ajustado a los tres relatos, e incluso cuenta con actores no profesionales, perfectamente encajados en las distintas realidades que refleja. Destaca la sensibilidad de Cate Blanchett y el buen trabajo de Brad Pitt, junto a las excepcionales interpretaciones de la actriz mexicana Adriana Barraza y de la joven Rinku Kikuchi -Atención también a la aparición de Elle Fanning, con apenas siete años-. En este viaje, Iñarritu se hace acompañar de nuevo por Rodrigo Pietro, brillante director de fotografía de Amores perros, y de la hermosa música del compositor Gustavo Santaolalla.
Alejandro González Iñárritu logra poderosas imágenes y algunas secuencias que pulsan profundos sentimientos, como la ternura que desprenden los cuidados del asustado americano a su esposa herida en Marruecos, o los valientes minutos finales en el periplo de la joven japonesa. Babel se erige en una semblanza aproximada de las realidades del planeta y los problemas de entendimiento que arrastra, como indica su metafórico título. Junto al guionista Guillermo Arriaga, pone fin con esta visceral reflexión a su llamada “Trilogía del dolor” –Amores perros, 21 gramos, Babel-, en la que el sufrimiento al que somete a sus personajes no queda exento de esperanza.
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