Amores con un extraño Robert Mulligan
Los acuarios vacíos
Amores con un extraño Robert Mulligan
Miguel Laviña Guallart | 27 enero, 2021
Un año después de adaptar la novela homónima de Harper Lee en la magnífica Matar a un ruiseñor (1962) -sin duda el largometraje más prestigioso de su filmografía-, el director norteamericano Robert Mulligan realiza Amores con un extraño (Love with the proper stranger, 1963). Un film de carácter personal e intimista, en torno a un sencillo relato de sentimientos descubiertos, trazado por unas melancólicas imágenes en blanco y negro de Nueva York. Una ciudad que, al igual que otros realizadores contemporáneos que irrumpieron en el cine norteamericano a principios de los años sesenta, Mulligan rueda con aires casi documentales. Los profundos ojos oscuros de Natalie Wood, desamparados e interrogantes en el primer tramo de Amores con un extraño, plenos de encanto en sus minutos finales, enmarcados en sucesivos primeros planos en los que dirige su mirada a Steve McQueen, tal vez sean las imágenes más recordadas de esta película.
Robert Mulligan plantea en Amores con un extraño, a partir de un guion original de Arnold Schulman, un relato tanto novedoso en cuanto a la franqueza con la que presenta su punto de partida -la situación del aborto en aquella época todavía ilegal en EEUU-, como arriesgado en su desarrollo. El film se estructura en dos partes marcadamente diferenciadas, transitando desde el drama que incorpora un decidido reflejo social, para bascular en cierto momento -y este es, tal vez, el aspecto más discutible de la película- hacia la comedia romántica. La primera secuencia define con precisión y economía narrativa el carácter de sus dos principales personajes y el ambiente en el que se mueven. La apertura del patio de butacas de una sala de conciertos que progresivamente se llena de músicos que buscan trabajo, bajo la extraordinaria banda sonora compuesta por Elmer Bernstein. Un sombrío escenario en el que Angie, una joven de origen italiano -Natalie Wood- consigue encontrar a Rocky -Steve McQueen- un músico que vive con trabajos esporádicos. Las primeras líneas del diálogo que se cruzan definen el asunto de forma directa: Angie le comunica que está embarazada -de sus palabras se deduce que se conocieron en una fiesta unas semanas antes, aunque él, en principio, no recuerde exactamente el lugar-, y le pide su ayuda para encontrar un médico ante esta situación.
Amores con un extraño encuentra su principal y último sentido en la presencia de Natalie Wood y Steve McQueen, dos intérpretes que forman una de las parejas más atractivas en la pantalla de los años sesenta. La película avanza sobre unos espléndidos primeros planos, en los que pueden leerse la evolución de sus sentimientos
Rober Mulligan define en este primer encuentro entre los dos personajes algunos de los elementos principales del film. Un estilo sobrio con pretensiones de autenticidad, tal y como refleja desde los planos iniciales. Los músicos entran en el teatro vacío y algunas de estas imágenes están rodadas sin que aquellos que aparecen sean conscientes -unos sugerentes fragmentos de realidad que se repiten a lo largo de la película-. Un planteamiento formal en el que se suceden los primeros planos y planos/contraplanos entre sus protagonistas, y el principal hilo argumental: dos jóvenes prácticamente desconocidos que, a partir de esta situación singular, van a aprender a reformular sus sentimientos.
De esta forma, la película da comienzo de una manera precisa, omitiendo el metraje previo que emplean otros filmes hasta llegar a plantear una temática similar. Las siguientes secuencias proporcionan en paralelo más información sobre Angie y Rocky. La joven vive junto a sus tres hermanos y su madre de origen italiano, quienes se empeñan en buscarle lo que consideran un “novio adecuado”, en un ambiente por momentos opresivo, mientras que Rocky parece dejarse llevar, por sus trabajos esporádicos y su innegable atractivo. El segundo encuentro entre ambos tiene lugar en los grandes almacenes donde Angie trabaja. Mulligan define la situación de los personajes mediante una brillante composición visual. La conversación tiene lugar, rodeados por el ajetreo y ruido de los almacenes, ante unos grandes acuarios prácticamente vacíos, en los que tan sólo se distinguen unos pequeños peces. Una metáfora de la soledad en la que se encuentran inmersos, pese a estar rodeados por la multitud de la ciudad, y cómo en principio, tan distantes, parecen destinados a encontrarse.
A partir de este efectivo comienzo, Amores con un extraño se desarrolla a través de la relación que se establece entre estos dos personajes y la evolución de sus sentimientos. La película encuentra su principal y último sentido en la presencia de Natalie Wood y Steve McQueen, dos intérpretes que forman una de las parejas más atractivas en la pantalla de los años sesenta. Natalie Wood se encontraba en la plenitud de su carrera -En 1961 había protagonizado Esplendor en la hierba y West Side Story, dos de las obras emblemáticas de la década-, y Steve McQueen se dirigía con paso firme a convertirse en uno de los principales intérpretes del cine norteamericano. El film avanza sobre unos bellísimos primeros planos, y es la expresión de sus rostros y miradas, la lectura de estas imágenes, la que indica la evolución de sus sentimientos. Unos rostros que se estudian e interrogan desde las primeras escenas, y que reflejan de forma progresiva extrañeza, desconfianza, curiosidad, ternura, amor no reconocido. Steve McQueen demuestra su versatilidad, dando una réplica perfecta a la interpretación de Natalie Wood. La actriz resulta ajustada en el carácter y apariencia de una joven de origen italiano, sensible y conmovedora en el primer tramo dramático, delicada en el tono romántico que el relato adquiere más tarde -Unos años después, declararía que el personaje de esta chica normal, que trabaja en unos grandes almacenes, tan alejada de su vida personal de niña/actriz, era uno de los preferidos de su carrera-.
Robert Mulligan está considerado uno de los integrantes de la denominada “Generación de la televisión”, una serie de directores que se habían forjado de este medio, y que realizaron sus primeros largometrajes a principios de los años sesenta. Realizadores con inicios tan interesantes como John Frankenheimer o Sidney Lumet, que mostraron algunos rasgos en común, como la eficacia formal y sobriedad en su manera de rodar, y una inquietud por cierto reflejo social, cuestionando diversos aspectos de la realidad norteamericana. Al igual que en otros largometrajes de sus coetáneos, Mulligan convierte los exteriores rodados en Nueva York en uno de los aspectos fundamentales de la película. Una ciudad invernal que refleja con una perceptible melancolía en sus estilizadas imágenes en blanco y negro. Unos planos que recogen la realidad algo desconocida de la ciudad, a través de unas calles y espacios rodados con aire documental. En este entorno, el director sigue el periplo de la pareja protagonista ante su complicada disyuntiva, dando forma a algunas secuencias que destilan una especial emoción.
A pesar de la fractura en su desarrollo dramático -la película transita desde una difícil disyuntiva, que incorpora un decidido reflejo social, hacia la comedia romántica-, Robert Mulligan construye una estimable obra. Destaca la franqueza en su planteamiento y unas sugerentes imágenes, fragmentos de la realidad del Nueva York de los años sesenta
En cierta forma, Amores con un extraño supone un reflejo del momento de transición en el que se encontraba el cine norteamericano a principios de los años sesenta. Un periodo en el que autores como Mulligan abrían nuevos caminos, planteando de forma explícita cuestiones delicadas -en este caso, las deplorables condiciones en las que se practicaban los abortos ilegales-, pero al mismo tiempo es un largometraje rodado dentro del sistema de estudios, y protagonizada por dos valores en aquel momento de su industria. A pesar de la honestidad en el planteamiento de su cuestión principal, la necesidad de adaptarse a los parámetros establecidos empuja, a partir de una estremecedora secuencia, clave en su desarrollo, a un giro hacia la comedia romántica. Cierto mensaje de independencia en torno a su personaje femenino no impide que el relato transite hacia caminos más convencionales.
A partir de esta fractura en su desarrollo dramático, la película se sostiene en la innegable capacidad de seducción de Natalie Wood y Steve McQueen, una palpable atracción que por momentos desborda los límites de la pantalla. Robert Mulligan consigue una estimable obra en cuanto a su planteamiento, la franqueza del asunto que aborda, y unas imágenes que se imponen como esbozos de la realidad. El director conduce con habilidad el tono de comedia del último tramo hasta su célebre escena final, uno de los momentos con más encanto de los años sesenta. Natalie Wood fue una actriz intuitiva, que se formó desde muy joven ante las cámaras, sin embargo funcionó perfectamente en la pantalla con actores muy distintos, procedentes de escuelas de interpretación como el Actors Studio -James Dean, Warren Beatty o el propio Steve McQueen-. La actriz consigue en Amores con un extraño una de sus interpretaciones más sinceras, y la pareja formada con Steve McQueen, en principio tan distantes como los espacios vacíos de un acuario, permanece en la memoria fímica a través de unas imágenes cautivadoras.
AMORES CON EXTRAÑO (1963) EN IMÁGENES
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